
Mi Propósito de Vida
Carta a mi Yo del Futuro
13 de mayo de 2025 – A mis 32 años
Querido yo del futuro...
Escribo esta carta después de siete años de búsqueda profunda, honesta y desgarradora. Siete años de equivocarme, de reconstruirme, de preguntar sin encontrar, y de finalmente entender que el propósito no se descubre como un objeto perdido… se revela desde adentro cuando uno deja de huir de sí mismo.
Te escribo hoy porque algo se ha alineado en mí. Algo se ha encendido. No desde la euforia, sino desde la certeza serena de que encontré lo que haremos el resto de nuestra vida. No porque ahora lo sepa todo, sino porque dejé de esperar la respuesta afuera y comencé a escuchar adentro.
Este documento no es una meta. Es una promesa. Es la semilla que nace del acto más egoísta y más amoroso al mismo tiempo: trabajar en mí para poder ayudar a los demás. Porque entendí que la única forma auténtica de cambiar el mundo es convirtiéndome en un espacio sano, fuerte, verdadero y libre.
Este propósito no es una línea recta. Es un camino que se camina todos los días. Que se tropieza, que se reconfigura, que se honra. Un camino en el que no se llega a un destino final, sino que cada paso es el destino.
Hoy, a los 32 años, cierro un ciclo. El de buscar sin rumbo. Y abro otro. El de habitar cada día con dirección, con coherencia y con fuego en el pecho.
Esta carta es un mapa. Un recordatorio. Una brújula que apunta a siete razones que juntas componen un solo eje: vivir despierto, vivir entero, vivir entregado.
Cuando te sientas perdido, léela.
Cuando creas que lo olvidaste todo, léela.
Y cuando sientas que ya llegaste, vuelve a leerla… para recordar que este camino nunca se termina.
Este es mi propósito.
Este eres tú.
Este soy yo… cuando no me traiciono.
¿Qué es Agoratori y por qué lo creamos?
Agoratori no es solo una palabra inventada. Es un lugar que no tiene muros, pero sí dirección. Es un concepto, un símbolo, un sistema vivo. Es el espacio que soñamos construir para que otros también puedan despertar.
Agoratori nace de la fusión entre dos ideas:
Ágora —el antiguo espacio griego donde las personas se reunían a pensar, debatir, crecer.
y
Tori —una visión moderna de comunidad, de umbral, de transformación interior.
Agoratori significa: “soy un lugar de encuentro”. Un lugar donde el otro puede sentirse seguro, verse reflejado, y recordar lo que ya es.
Lo creamos porque el mundo necesita más espacios donde se pueda hablar con verdad, aprender con alma y crecer sin miedo a romperse.
Pero Agoratori también es una declaración interna:
Es el nombre de la filosofía con la que elegimos vivir.
Una filosofía que no separa lo espiritual de lo cotidiano. Que cree en el poder de crear nuevos juegos, nuevas reglas, nuevas formas de habitar la vida.
No es una religión.
No es una marca.
Es un llamado.
Es un pacto.
Y ese pacto comenzó cuando me di cuenta de que yo no soy una persona, soy un espacio para los demás.
Y tú —yo del futuro— eres la encarnación viva de ese espacio.
Tu forma de hablar, de caminar, de mirar y de estar… es Agoratori en movimiento.
Por eso esta carta está escrita.
Para recordarte que tú también eres ese lugar sagrado donde otros pueden volver a sí mismos.
Y que si alguna vez te pierdes, Agoratori no está afuera. Está en tu forma de vivir con verdad.
¿Por qué nuestro propósito tiene Siete Razones?
Porque la vida no es una sola cosa.
No vinimos solo a trabajar, ni solo a amar, ni solo a sobrevivir. Vinimos a vivir con totalidad. A desplegar todas nuestras dimensiones humanas como si fueran cuerdas de un mismo instrumento: si una desafina, toda la melodía pierde sentido.
De ahí nace Seven Reasoons: de la convicción profunda de que un propósito real no puede ser una línea recta, sino una constelación de esferas que se sostienen mutuamente. Y esas esferas, esas columnas vitales, son siete.
Cada razón representa un territorio interior que debe ser explorado, integrado y habitado para vivir una vida completa, con sentido y en expansión:
-
Amor
-
Salud
-
Espiritualidad
-
Finanzas
-
Crecimiento Personal
-
Recreación
-
Legado
No hay una más importante que otra. No se ordenan por jerarquía, sino por vibración. Son las siete notas que componen la música de una vida coherente. Las siete puertas del Agoratori. Las siete llamas que encienden a un ser humano completo.
Seven Reasoons no es solo una metodología. Es una visión.
Una forma de ver al hombre como un sistema, no como un rol.
Una forma de ver a la vida como un juego de equilibrio y expansión, no como una competencia ni como una escalera.
Por eso tu propósito no se resume en una sola frase.
Tu propósito es estas siete razones danzando juntas en equilibrio.
Cuando están integradas, caminas con verdad.
Cuando alguna se olvida, el cuerpo lo siente, el alma lo reclama, y el camino se nubla.
Pero cuando todas están vivas en ti, no importa dónde estés:
Estás en tu centro. Estás en tu eje.
Estás cumpliendo lo que viniste a hacer.
Por eso lo llamamos así.
Seven Reasoons. Las siete razones del ser.
Y por eso esta carta está escrita con ellas como guías.
AMOR
(Primera Razón – Mi propósito de vida)
Amor.
Esa palabra tan dicha y tan mal comprendida. En este momento en que te escribo, apenas estoy entendiendo que amar no es una emoción, ni una promesa, ni una meta. Es una forma de estar vivo. Y si estoy escribiéndote esta carta con el corazón abierto, es porque quiero convertirme en alguien que habita el amor, no que solo lo pronuncia.
Me veo siendo un hombre que ha aprendido a amarse sin soberbia y sin castigo. Que ha perdonado sus errores sin justificar sus sombras. Que ya no vive rechazando su reflejo, sino que lo contempla con compasión y con presencia. Sé que el primer acto de amor no es hacia los demás: es hacia mí. Y desde ahí, todo lo demás florece.
Me veo amando a una pareja con verdad. No desde el deseo de control, ni desde la necesidad de ser salvado, sino desde la alegría de compartir el viaje con alguien libre, fuerte y humana. Me veo siendo amante, cómplice, protector, provocador de risa y ternura, testigo de su evolución y compañero de su alma.
Me veo amando a mis hijos como guías vivos, no como posesiones. Me veo escuchándolos sin necesidad de moldearlos, sosteniéndolos sin volverlos dependientes, mostrándoles con mi vida cómo se ama de verdad: sin juicio, sin ausencia, sin condiciones.
Me veo también amando a mis amigos con profundidad. Esos hermanos elegidos que caminan a mi lado, con quienes puedo desnudar el alma, compartir mis heridas y celebrar mis victorias sin miedo al juicio ni a la competencia.
Y por encima de todo, me veo amando al mundo. Amando incluso lo que no entiendo, lo que me duele, lo que no puedo cambiar. Amando desde la compasión, con actos reales, con manos, con presencia, con ternura transformadora. Amando al extraño, al enemigo, al olvidado. Amando desde la conciencia de que todos somos Uno.
Si tú, el hombre que está leyendo esto, ya ama de esa manera, entonces ya estás habitando el propósito. Porque el amor no es el premio del camino. Es el camino mismo.
"El amor es buscar concientemente el bienestar del otro y que eso, en consecuencia genere el bienestar propio"
SALUD
(Segunda Razón – Mi propósito de vida)
Cuando pienso en la salud como parte de mi propósito de vida, no la imagino como la ausencia de enfermedad, ni como una rutina fría de control corporal. La salud, para mí, es un acto de amor sostenido. Es decirle “sí” a la vida con cada respiración, con cada alimento, con cada hora de sueño profundo. Es honrar el templo que sostiene al alma. El cuerpo no es un obstáculo: es el altar.
Me veo siendo un hombre que se despierta con energía porque ha aprendido a dormir en paz. Que no arrastra el cansancio de mil pensamientos sin resolver porque ha aprendido a soltar. Que respira hondo en lugar de reaccionar, y que camina por el mundo sin cargar tensión donde debería haber ligereza.
Me veo comiendo como quien realiza un ritual. Eligiendo alimentos reales, llenos de vida, cocinados con intención, masticados con presencia. No como castigo ni como premio, sino como nutrición consciente. Me hidrato. Me respeto. Me escucho. Me muevo no para encajar en una talla, sino para recordar que estoy vivo. Cada músculo es un símbolo de voluntad, no de apariencia.
Me veo entrenando no solo mi cuerpo, sino mi sistema nervioso. Aprendí a identificar cuándo estoy en paz y cuándo mi cuerpo me grita que lo estoy ignorando. Ya no necesito vivir en el estrés para sentirme importante. He entendido que mi poder nace cuando estoy regulado, en eje, centrado.
Mi sexualidad también se volvió sagrada. Ya no me dejo arrastrar por impulsos que buscan llenar vacíos. Vivo mi energía sexual como una fuerza de conexión, no de escape. Aprendí a reconocer la diferencia entre placer vacío y placer consciente. A veces la contengo, a veces la comparto, pero siempre la honro.
Sé que si mi cuerpo está en armonía, todo lo demás se vuelve posible. No porque el cuerpo me defina, sino porque es la casa de todo lo que quiero ser, hacer y dar. Me cuido no para durar más, sino para vivir mejor. Me cuido porque me amo. Y porque amar la vida empieza por amar el cuerpo que la sostiene.
ESPIRITUALIDAD
(Tercera Razón – Mi propósito de vida)
Querido yo del futuro: si has llegado hasta aquí, es porque ya lo sabes. La espiritualidad no era algo que se encontraba en los templos, ni en los libros sagrados, ni en las ideas prestadas. Estaba en el fuego callado que siempre ardió en tu pecho. Esta razón no tiene que ver con religión, tiene que ver con conexión. Con recordar que nunca estuviste solo. Con darte cuenta de que no eres solo un hombre: eres una expresión del Todo.
Me veo siendo un hombre que camina en silencio sabiendo que ese silencio está lleno. Que respira como quien reza. Que cuando se sienta frente al fuego, no busca respuestas, sino presencia. Ya no necesito etiquetas para saber que lo divino me habita. Y tampoco necesito entenderlo. Solo sentirlo.
Mi práctica espiritual no es un ritual aprendido. Es una forma de estar. Medito sin forzar. Observo sin buscar. Agradezco sin pedir. Hablo con Dios en la sonrisa de mi hijo, en la brisa del amanecer, en la voz de mi madre, en la mirada de un desconocido. Mi espiritualidad no es dogma: es una danza entre el vacío y la entrega.
He aprendido a confiar en lo invisible. A dejar que el misterio me guíe, sin necesidad de control. Ya no me aferro a tener todas las respuestas. Y cuando la vida me golpea, no me pregunto “¿por qué a mí?”, sino “¿para qué se me dio esta prueba?”.
He hecho las paces con la muerte. No la romantizo, pero la reconozco como parte del mismo ciclo sagrado que me da la vida. No tengo prisa por irme, pero ya no le tengo miedo. Porque sé que si vivo con intención, moriré con paz.
Mi espiritualidad también se volvió acción. No me aíslo del mundo para sentirme elevado. Bajo al barro. Ayudo. Escucho. Sostengo. Perdono. Y me perdono. Esa es mi fe: actuar como si cada uno fuera parte de mí, porque lo es.
Si tú que lees esto ya vives así, entonces el propósito no te espera: lo estás respirando. Y si alguna vez te desconectas, no te castigues. Solo vuelve. Vuelve al fuego. Vuelve al Todo. Vuelve a ti.
FINANZAS / TIEMPO
(Cuarta Razón – Mi propósito de vida)
Durante muchos años, creí que hablar de dinero era hablar de ambición, de lucha, de carencia o de poder. Me enseñaron que el dinero era sucio, que era un medio peligroso, que o lo tenías o te perdías. Pero en este camino, descubrí otra cosa: el dinero es energía, y mi relación con él revela mi relación conmigo mismo.
Hoy me veo siendo un hombre que ha hecho las paces con el dinero. Que lo respeta, que lo entiende, que lo genera y que lo deja ir sin miedo. Aprendí que el dinero no es mi valor. Que no me define, pero que sí me amplifica. Y por eso me ocupo de él con conciencia, no desde la ansiedad ni desde el rechazo.
He logrado construir una vida donde el dinero fluye como un río bien dirigido. No lo retengo, pero tampoco lo derrocho. Lo invierto en mi paz, en mi crecimiento, en mis relaciones, en mis proyectos. Ya no trabajo solo por dinero. Trabajo por propósito, y el dinero es una consecuencia natural de esa entrega.
Mi economía no se basa en el sacrificio, sino en la claridad. Sé cuánto vale mi tiempo, cuánto cuestan mis sueños y cuánto estoy dispuesto a intercambiar con honestidad. Vivo sin deudas que me asfixien, sin gastos que me distraigan, sin lujos que me vacíen. No me mido por lo que tengo, sino por lo que puedo crear y compartir.
También he aprendido a ser generoso. No desde la culpa, sino desde la abundancia. Ayudo, dono, financio, levanto a otros sin esperar nada a cambio. Porque sé que cuanto más comparto desde el corazón, más se expande el propósito. Mi riqueza no se ve solo en mi cuenta: se ve en mi capacidad de transformar la vida de otros.
Y cuando el dinero escasea —porque la vida es cíclica—, ya no me desespera. Porque no me siento pobre. Me siento en pausa, reacomodando, respirando, confiando. Mi seguridad no viene del banco: viene de la certeza de que sé crear, sé adaptarme, sé volver a empezar.
Si tú, el que lee esta carta, ya ha llegado a esta relación sana con el dinero, entonces estás viviendo desde la libertad. Y si no, recuerda: no se trata de tener más, se trata de relacionarte mejor con lo que ya tienes. El dinero no es el fin, es una herramienta para expandir lo que eres. Y tú, hermano, eres abundancia en forma humana.
CRECIMIENTO PERSONAL
(Quinta Razón – Mi propósito de vida)
Querido yo del futuro: si has llegado hasta aquí, significa que elegiste seguir creciendo cuando ya nadie te obligaba. Que comprendiste algo fundamental: no viniste a este mundo a cumplir expectativas, viniste a evolucionar. Y ese compromiso no tiene fin.
Me veo siendo un hombre que se elige cada día con humildad. Que se atreve a mirar hacia adentro sin huir de lo que encuentra. Que ya no busca ser mejor que nadie, sino ser más verdadero que ayer. Que no se compara, sino que se mide con honestidad frente al espejo de su propia conciencia.
He aprendido que crecer no siempre se siente bien. A veces se siente como perder, como dudar, como romper algo que ya no sirve. Pero también sé que en cada caída hay una semilla. Y que el dolor, cuando se mira con amor, se convierte en maestro. Sané porque elegí dejar de huir. Cambié porque dejé de culpar. Evolucioné porque decidí ser dueño de mí.
Me alimento de conocimiento, pero no para inflar el ego, sino para expandir mi comprensión. Leo, escucho, estudio, pregunto. Pero también desaprendo, cuestiono y suelto. No me aferro a tener la razón. Prefiero tener claridad.
Me entreno en mis emociones como un guerrero que no teme sentir. Cuando algo me activa, no escapo. Me detengo. Respiro. Me observo. No me domina lo que no entiendo. Y si algo me duele, lo atiendo. Porque he descubierto que mi mundo interior es el verdadero campo de batalla.
He desarrollado habilidades, sí. He construido disciplina, sí. Pero sobre todo, he cultivado una identidad flexible. No me encierro en un personaje. Me permito transformarme. A veces soy fuego, a veces tierra, a veces agua. Siempre consciente.
Me permito ser guiado. No tengo miedo de pedir ayuda. No me creo superior por enseñar, ni inferior por aprender. Vivo en red, en comunidad, en honestidad compartida. Y cuando guío a otros, lo hago desde la experiencia, no desde la teoría.
Crecimiento personal, para mí, es recordar que no vine solo a vivir. Vine a transformarme mientras estoy vivo. Y si tú que me lees ya lo estás haciendo, entonces estás cumpliendo el propósito. Porque un hombre en evolución constante, es un hombre en verdad.
RECREACIÓN
(Sexta Razón – Mi propósito de vida)
A ti, mi yo del futuro:
Quiero que recuerdes esto con absoluta claridad: vinimos también a disfrutar. Vinimos a reír, a explorar, a jugar, a saborear el tiempo sin medirlo. Porque un hombre que no se permite descansar, gozar, improvisar o equivocarse por diversión, ha olvidado lo esencial: la vida también es una celebración.
Me veo siendo un hombre que sabe soltar. Que no necesita estar siempre produciendo para sentirse útil. Que puede pasar un domingo entero sin agenda, sin culpa, sin deberes, solo siendo. Me veo dejando espacio para que el alma respire entre los silencios y que la alegría no tenga justificación.
He aprendido a reír con todo el cuerpo. A volver a jugar, no como un niño inmaduro, sino como un sabio que comprendió que el juego es una forma sagrada de conectar con lo eterno. He vuelto a subirme a una bicicleta, a escalar una roca, a bailar sin técnica, a cantar sin miedo al ridículo. Y cada vez que lo hago, algo en mí se acomoda.
Tengo pasatiempos que no “sirven para nada”, y eso los hace valiosos. Pinto, cocino, nado, escribo poesía que no vendo. Tomo fotos que nadie verá. Converso por horas sin buscar acuerdos, solo por el placer de compartir mundos. Aprendí que cuando juego, me reconstruyo.
Sé darme permiso para parar. Para apagar el teléfono. Para irme solo al bosque o con amigos a un café sin sentido. Y cuando lo hago, no huyo de mis responsabilidades. Me recargo para habitarlas mejor. Descanso no es abandono: es estrategia de alma.
Mi recreación también tiene espacio en lo pequeño: una siesta sin alarma, una película que me hace llorar, un libro leído solo por placer, una noche estrellada que observo sin pensar en nada. Y en todo eso, me vuelvo más humano.
Si tú ya vives así, entonces has recordado algo que el mundo moderno quiere que olvides: que no vinimos solo a construir, sino también a contemplar. Que no todo lo que cuenta puede medirse. Y que jugar, cuando se hace con conciencia, también es cumplir un propósito.
LEGADO
(Séptima Razón – Mi propósito de vida)
Querido yo del futuro:
Si estás leyendo esto, entonces ya sabes que el propósito no se mide por lo que lograste, sino por lo que dejaste. El legado no es fama, no es una estatua, no es que digan tu nombre en voz alta. El legado verdadero ocurre cuando alguien, gracias a ti, se atrevió a recordar quién es. Si eso ocurrió aunque sea una vez, cumplimos.
Me veo siendo un hombre que entiende que todo lo que hace, deja huella. Que cada palabra, cada decisión, cada silencio y cada acto de presencia es una semilla que germinará en otro, aunque nunca lo vea florecer. Me veo viviendo con tal coherencia, que mi sola forma de habitar el mundo ya sea una enseñanza.
Elijo dejar un legado real, no solo material. Construyo ideas, sistemas, herramientas, espacios y vínculos que puedan seguir funcionando sin mí. Educo desde el ejemplo, no desde el discurso. Y cuando enseño, no busco admiración. Busco despertar en otros el deseo de enseñar también. Me veo como guía, no como dueño del camino.
Me preparo para morir cada día sin miedo. No porque quiera irme, sino porque he aprendido a vivir tan intensamente, que si la muerte llega mañana, me encontrará en paz. Ya dejé instrucciones, cartas, abrazos pendientes. Ya dije “te amo” sin reservas. Ya perdoné y me perdoné. No dejo asuntos inconclusos porque aprendí a cerrar ciclos a tiempo.
Me veo siendo recordado, sí, pero no por lo que acumulé. Me recuerdo siendo recordado por cómo hacía sentir a los demás. Por cómo los miraba, por cómo los escuchaba, por cómo los acompañaba sin juicios, sin prisa, sin máscaras.
Y sobre todo, me veo dejando vivos a otros. Me veo formando hombres y mujeres que también quieran ser hogar, no solo meta. Que también quieran dejar algo más que dinero: dejar dirección, claridad, conciencia, amor. Me veo siendo parte de un linaje invisible de personas que vivieron con intención y encendieron antorchas en otros.
Si tú ya eres ese hombre, entonces cumplimos. Y si todavía te estás construyendo, no te detengas. Porque el legado no empieza cuando te mueres: empieza cuando decides vivir con sentido. El legado no es una herencia: es una vibración que se transmite desde tu forma de estar presente.
Equm Vita – La vida en equilibrio, como fue al principio
Entre todas las palabras que hemos creado para nombrar lo que sentíamos —aquello que no cabía en el lenguaje común— surgió una que se convirtió en mantra, en brújula, en declaración de existencia:
Equm Vita.
Inspirada en el latín, esta frase fue nuestra forma de recordar lo que ya sabíamos sin saber cómo decirlo:
que la vida, para ser vivida plenamente, debe estar en equilibrio.
Equm proviene de aequus: igualdad, justicia, armonía, centro.
Vita es vida: movimiento, expresión, pulso, permanencia.
Juntas no significan solo “vida equilibrada”, sino la memoria de una vida que ya fue íntegra antes de que se rompiera.
Una vida donde el alma, el cuerpo, la mente, las emociones y el espíritu caminaban al mismo paso.
Pero hay más:
Equm Vita también significa “encuentra tu suficiente”.
No el suficiente de los demás. No el que dicta el mercado, la religión o el algoritmo.
El tuyo.
Ese punto invisible donde dejas de correr y empiezas a habitar.
Donde ya no compites, solo respiras.
Donde ya no acumulas, solo compartes.
Donde ya no necesitas demostrar nada para sentir que mereces estar vivo.
Equm Vita no es un lema. Es una forma de habitar el mundo.
Es despertarse en presencia. Es amar sin poseer.
Es comer con gratitud. Es defender sin violencia.
Es crear sin ego. Es descansar sin culpa.
Es morir sin miedo.
En Agoratori, Equm Vita es la esencia del juego.
Es vivir las Siete Razones como un sistema natural y orgánico.
No por deber, sino por recordatorio.
No por perfección, sino por propósito.
Cada vez que dudes del rumbo, repítelo.
Cada vez que la vida se vuelva ruido, vuelve a él:
Equm Vita.
La vida en equilibrio, como fue al principio.
Encuentra tu suficiente.
Y entonces, todo tendrá sentido otra vez.
CONCLUSIÓN
Lo que nunca debes olvidar
Y ahora que has leído cada una de las siete razones que forman la brújula de nuestro camino, quiero decirte esto, con la voz del hombre que se atrevió a soñarte.
Esta carta no es un testamento. Es una llama. No es el cierre de una etapa. Es la chispa que recuerda que el propósito no se alcanza: se habita. No estás aquí para lograr algo específico. Estás aquí para vivir con presencia, para transformar lo que tocas, para amar sin condiciones, para crecer sin tregua, para descansar sin culpa, para crear sin miedo y para partir —cuando toque— sin pendientes.
Cada vez que olvides quién eres, vuelve a esta carta. Léela como quien se habla a sí mismo desde el alma. Como quien se escribe desde el origen hacia el destino, sabiendo que no hay línea recta, pero sí dirección.
Si alguna vez sientes que te perdiste, no te castigues. La brújula está en tu pecho. En tu respiración. En tu mirada limpia. En tu capacidad de volver a empezar.
Y si ya eres este hombre, entonces… gracias. Gracias por sostenernos. Por no rendirte. Por ser la prueba de que vale la pena recorrer este camino.
No vivas esperando aplausos. Vive como quien planta árboles bajo cuya sombra nunca se sentará. Vive como quien entendió que no se trata de ti… pero empieza por ti. Y que eso —esa entrega egoísta y amorosa— es el acto más revolucionario que puede hacer un hombre consciente.
Este es nuestro propósito.
Este eres tú.
Este soy yo.
Este somos todos… cuando elegimos vivir despiertos.
Con amor, certeza y visión,